Más allá del olvido

«Yo fui abandonado por mis padres cuando tenía dos años y nunca los perdoné. Me crié de casa en casa, rodando. Pero después, cuando mis padres se pusieron viejos y enfermos, los cuidé hasta que murieron. Eso sí, jamas fui a visitar su tumba, ya que en realidad no los he perdonado. Yo soy así».El hombre que, sin falsos rubores ni arrepentimientos, confesaba todo esto durante una larga entrevista televisiva, era Hugo del Carril (Buenos Aires, 30 de noviembre de 1912, 13 de agosto de 1986), cantante, actor, director, guionista y productor de cine. Se llamaba en realidad Piero Bruno Hugo Fontana y sus padres, de origen italiano, habían tenido una muy buena posición económica. Casi todo lo que puede saberse de él lo cuenta Wikipedia. A mí me interesa resaltar sólo una cosa: durante el año 1956 dirigió una película (sobre un relato de Georges Rodenbach, Bruge, la morte) que lleva por título el de este post. En ella se contaba la historia de una obsesión parecida a la de James Stewart en Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock. En ambas hay una mujer pretendiendo suplantar a otra, imborrable en la memoria de los protagonistas. Si en Vértigo Stewart bebía los vientos por Kim Novak, en la película argentina, amargándole la vida al rico estanciero (interpretado también por el director y coguionista Hugo del Carril) aparecía una de las grandes figuras del cine argentino de los cincuenta: Laura Hidalgo (1927-2005). Si Alfred las prefería rubias y frías, el director bonaerense eligió a una morena de tórrida y voluptuosa mirada, famosa tanto por el tono grave de su voz como por la exhuberancia de su vestuario. Entre otras exitosas películas, Laura Hidalgo (en realidad se llamaba Pesea Faerman y había nacido en Rumania) protagonizó El túnel, basada en la narración de Ernesto Sábato, y La bestia debe morir, (ambas de 1952), sobre un libro de Nicholas Blake que también trasladaría al cine el francés Claude Chabrol muchos años después (1969).